Derechos Humanos: la dignidad también se construye en las calles 

Una invitación urgente a los municipios de México 

Punto de En-Roque

Por Edith Roque, Analista Jurídica.  

Cada 10 de diciembre recordamos que los derechos humanos no son una aspiración moral, sino una responsabilidad concreta del Estado. Son el punto de partida de una vida dignificada, y no un discurso para aniversarios internacionales. En México, sin embargo, esta distancia entre el principio y la práctica sigue siendo evidente en un terreno decisivo: la infraestructura pública. Ahí es donde la igualdad se vuelve posible o se cancela. 

Las ciudades mexicanas están llenas de barreras que no se reconocen como discriminación, pero lo son. Una banqueta destruida, un semáforo sin sonido, un edificio público sin elevador o una ruta de transporte que excluye a quienes tienen movilidad reducida no son accidentes urbanos: son fallas de diseño que reproducen desigualdad estructural. Para miles de personas con discapacidad —y para sus familias— movernos por nuestras ciudades es una batalla diaria que la mayoría de quienes no viven esa realidad rara vez perciben. 

La discriminación estructural opera precisamente así: silenciosamente. No necesita insultar ni negar derechos de manera explícita. Le basta con omitir, olvidar o ignorar. Cuando la infraestructura no contempla a todos, deja fuera a quienes más apoyo requieren. Y esa exclusión cotidiana es incompatible con el artículo 1º constitucional, con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y con cualquier compromiso democrático que México haya firmado. 

Por eso, este Día Internacional de los Derechos Humanos la pregunta es directa: ¿están los municipios del país construyendo ciudades que incluyan o ciudades que excluyan? 

Los municipios ocupan un lugar estratégico en la garantía de derechos. Son la primera ventanilla, el primer territorio de la vida pública. Lo que ocurre en las calles es tan importante como lo que ocurre en los tribunales, porque sin acceso físico, los derechos se vuelven abstractos. De nada sirve una ley incluyente si la persona usuaria de silla de ruedas no puede entrar a la presidencia municipal; de poco sirve hablar de participación ciudadana si un adulto mayor no puede llegar a una consulta pública porque no existe transporte accesible. 

La infraestructura es, en la práctica, un instrumento de justicia. Una rampa es más que una rampa; es la puerta de entrada a los servicios públicos. Una banqueta continua es más que cemento; es la posibilidad de independencia para una persona con discapacidad visual. Un cruce seguro es más que pintura; es el reconocimiento de que todas las vidas importan. Sin embargo, la verdadera prueba de voluntad política no está en los mensajes conmemorativos, sino en el presupuesto. Ahí es donde los gobiernos municipales revelan sus convicciones.  

La accesibilidad no es un favor: es un derecho. No es un gasto: es una inversión. No es un proyecto aislado: debe ser un principio rector del diseño urbano. Municipios de diversos países han demostrado que las intervenciones más simples tienen un impacto transformador. Señalética táctil, semáforos audible-visuales, transporte adaptado, rutas seguras a escuelas y hospitales, parques integradores, centros culturales con diseño universal: todo ello crea ciudades que cuidan a su gente y que envían un mensaje poderoso sobre la dignidad. 

México necesita que sus municipios asuman este reto con seriedad. La inclusión debe estar en el presupuesto, en los reglamentos de obra pública, en la planeación urbana y en la capacitación del personal. Pero también en la escucha: la participación de las personas con discapacidad debe ser parte del proceso de toma de decisiones, no una consulta simbólica al final. 

En un país que lucha diariamente contra desigualdades históricas, la infraestructura pública puede ser el punto de inflexión. Este 10 de diciembre conviene recordarlo: la dignidad también se pavimenta. La igualdad también se diseña. Y los derechos humanos, para ser reales, deben sentirse en la calle, no solo proclamarse en los discursos. 

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