Punto de En-Roque 

Educación crítica en tiempos de algoritmos 

Edith Roque, es analista jurídica.  

Vivimos bajo el dominio silencioso de los algoritmos. Cada búsqueda, cada clic, cada visualización alimenta sistemas que sin transparencia ni rendición de cuentas condicionan lo que vemos, lo que creemos, incluso lo que somos. Estos modelos computacionales han dejado de ser meras herramientas para convertirse en poderes fácticos que modelan la vida democrática, muchas veces sin que seamos conscientes de ello. En este nuevo ecosistema informativo, no basta con enseñar a leer y escribir: urge educar para entender el poder invisible que define nuestras decisiones. 

Los algoritmos deciden qué noticias aparecen en nuestras redes, qué videos se recomiendan, qué voces se amplifican y cuáles se silencian. Aunque se presentan como tecnologías neutras, su lógica responde a intereses económicos, políticos o ideológicos. Como advierte Montes (2021), estos sistemas no solo predicen nuestro comportamiento: lo inducen. En palabras simples, los algoritmos no reflejan la realidad, la reconfiguran. 

El mayor peligro no es que sepamos cada vez menos, sino que se nos oculte lo que podríamos saber. Las cámaras de eco y las burbujas de filtro no solo distorsionan el debate público: erosionan el disenso, entorpecen el pensamiento crítico y propician formas de adoctrinamiento algorítmico. La educación crítica, entonces, no puede limitarse a cuestionar ideas; debe enseñarnos a cuestionar los sistemas que deciden qué ideas nos llegan. 

Históricamente, la educación ha sido entendida como una vía hacia la emancipación. Pero esa promesa se debilita cuando los entornos escolares no preparan a los estudiantes para interpretar la infraestructura digital que regula sus vidas. ¿De qué sirve enseñar a identificar noticias falsas si los algoritmos impiden ver las verdaderas? ¿Cómo promover pensamiento crítico en una era donde la atención está fragmentada por plataformas que premian la viralidad sobre la verdad? 

Formar ciudadanos críticos en tiempos de algoritmos implica una reconfiguración radical del currículo. Como sostienen González y Buitrago (2017), la alfabetización digital debe dejar de ser periférica y convertirse en núcleo formativo. Esto incluye enseñar a leer medios, interpretar datos, identificar sesgos algorítmicos, entender modelos de negocio digitales, proteger la privacidad y analizar el impacto emocional de la interacción digital. 

Freire habló del “analfabetismo político” como la incapacidad de leer críticamente la realidad. Hoy enfrentamos también un analfabetismo algorítmico, millones de personas interactúan con tecnologías que no comprenden, toman decisiones condicionadas por estímulos invisibles y reproducen discursos sin verificar su origen. Este nuevo analfabetismo no solo limita la comprensión del mundo, limita la capacidad de disentir, imaginar alternativas o resistir la manipulación. 

La ética debe ocupar un lugar central en esta transformación. No basta con saber usar las herramientas digitales, hay que enseñar a cuestionarlas. Rosales (2024) subraya la urgencia de formar una ética digital robusta que promueva prácticas responsables, evite la desinformación y fomente una ciudadanía activa, reflexiva y empática. Esto implica también cultivar una cultura de paz digital donde la escucha activa, la divergencia respetuosa y la responsabilidad social sean prácticas cotidianas. 

Desde el humanismo jurídico, recordamos que todo sistema tecnológico debe respetar la dignidad humana. Cuando los algoritmos manipulan, invisibilizan o polarizan, es la dignidad la que se vulnera. Por eso, educar en tiempos de algoritmos no es solo una cuestión de competencia digital: es una defensa de los derechos humanos en su dimensión contemporánea. 

En tiempos donde la automatización amenaza con sustituir el juicio, educar críticamente es, más que nunca, un acto político. No podemos permitir que el pensamiento humano se diluya entre datos sin conciencia ni que la ciudadanía se reduzca a usuarios pasivos de plataformas que priorizan la rentabilidad sobre la verdad. Apostar por una educación crítica es defender el derecho a pensar con libertad, a disentir con argumentos y a participar con responsabilidad en la vida pública. Porque solo una sociedad que educa para la comprensión profunda del mundo digital será capaz de habitarlo con dignidad y justicia. 

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