Construir paz donde habita la desigualdad: el desafío de la discriminación estructural
Por Edith Roque Huerta, Analista Jurídica.

Hablar de paz en abstracto es fácil. Hablar de paz en un país atravesado por la desigualdad, el clasismo, el racismo y la impunidad, es otra cosa. En contextos como Jalisco, donde las brechas de acceso a servicios, movilidad, salud, educación y seguridad siguen marcadas por el código postal, construir una cultura de paz exige poner en el centro un tema incómodo: la discriminación estructural.
No se trata solo de actos individuales de exclusión o prejuicio. Hablamos de un sistema que, históricamente, ha marginado a ciertos cuerpos, territorios y voces. Un sistema que naturaliza la desigualdad, que urbaniza para unos pocos, que prioriza megaproyectos sobre necesidades comunitarias, y que invisibiliza a quienes sostienen la vida desde la periferia.
La ciudad, tal como está pensada, diseñada y ejecutada, no contempla la dignidad de todas las personas. Para quienes viven con discapacidad o para las personas adultas mayores con movilidad limitada, Jalisco no es una ciudad habitable. Banquetas intransitables, transporte público inaccesible, ausencia de señalización adecuada, rampas mal construidas o inexistentes: todo esto constituye una forma cotidiana —y profundamente normalizada— de violencia. En lugar de garantizar accesos, la ciudad levanta barreras.
Esta forma de exclusión urbanística niega derechos básicos como la movilidad, la autonomía y la participación comunitaria. Si una persona no puede salir de su casa, tomar un autobús o ingresar con dignidad a un edificio público, está siendo excluida del ejercicio pleno de su ciudadanía. Y una ciudad que discrimina a quien no se desplaza como la mayoría, está lejos de construir paz.
En ZMG, basta con observar cómo están distribuidos los servicios públicos, el transporte, los centros culturales o las áreas verdes. La paz no puede construirse sobre una ciudad fragmentada, donde la calidad de vida depende del barrio en el que naces o vives. La paz estructural requiere justicia espacial, redistribución de recursos y reconocimiento pleno de derechos.
Pero aún más grave es cuando esa discriminación se institucionaliza. Cuando las políticas públicas ignoran sistemáticamente las necesidades de ciertos sectores: pueblos originarios, personas con discapacidad, mujeres en situación de violencia, jóvenes en riesgo o comunidades racializadas. En estos casos, el Estado no solo omite, sino que reproduce exclusión. Y no hay paz posible sin justicia social.
Construir paz, en este contexto, implica mucho más que promover valores abstractos. Implica reconocer que la violencia estructural también se expresa en la falta de agua potable, en el transporte ineficiente, en los feminicidios sin justicia, en las desapariciones forzadas y en la criminalización de la pobreza. La paz no es la ausencia de conflicto, sino la presencia activa de equidad, dignidad y garantía de derechos.
Desde el humanismo jurídico, toda acción estatal debe tener como eje la dignidad humana. Esto significa reconocer a quienes históricamente han sido excluidos del pacto social y garantizar su participación activa en el rediseño del espacio público, de las políticas y de la narrativa de la paz. La cultura de paz debe surgir desde abajo, desde las colonias populares, desde las madres buscadoras, desde los comités vecinales, desde las OSC que acompañan procesos invisibles, no desde los escritorios institucionales.
La paz se construye cuando se escucha a quien nunca fue escuchado. Cuando se colocan recursos donde antes solo hubo abandono. Cuando se transforma el modelo vertical de toma de decisiones en un proceso horizontal y transversal de participación y co-creación. Cuando se reconoce que muchas veces, la violencia más dolorosa no es la espectacular, sino la que se vive todos los días: la de la omisión, la indiferencia y la desigualdad normalizada.
Si realmente queremos construir una paz duradera en Jalisco —o en cualquier rincón del país— debemos dejar de hablar de «pacificar» y empezar a hablar de desmantelar sistemas de opresión. Solo así podremos imaginar una sociedad donde la paz no sea un privilegio, sino un derecho compartido.
Porque no hay paz sin igualdad… Y no hay igualdad sin enfrentar con valentía la discriminación estructural que aún define nuestro presente.
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