En su más reciente libro El menonita zen, el escritor coahuliense se reinventa con sus textos indiscutiblemente originales, vibrantes y con ese toque de sutil crueldad que le imprime a sus personajes
Por Mario Díaz (El Master).-
Carlos Velázquez, es sin duda uno de los mejores escritores norestenses (como él mismo se denomina) de hoy en día, con títulos en su haber como La marrana negra de la literatura rosa, La biblia vaquera, La efeba salvaje, lo colocaron de inmediato en el gusto de los lectores, y tras cinco años de pausa en escritura de relatos, regresa con su escritura honesta y personal con El menonita zen, Editorial Océano.
Nos deleita en esta ocasión con siete relatos en donde nos lleva un momento a la frontera norte, presenta el poliamor, el deseo fratricida, el suicidio y la risotada constante, sin dejar de lado la melomanía de su espíritu con la rolita de El Fantasma de Canterville del grupo Sui géneris que burbujean por estas páginas.

Sin lugar a dudas otra de las características que le imprime Carlos Velázquez a su obra literaria son los títulos de cada uno de sus libros.
En charla con Efecto Ezpiral destaca:
“Si, ahora El menonita zen, viene por un cuento que es el que le da el nombre a este libro, surgió un poco… no es una crítica en sí, pero si la necesidad de analizar la obsesión que sentimos por las filosofías New Age. Si uno entra entra a Instagran Twitter a las redes sociales, todo el tiempo te están bombardean que con que el jugo verde, con ejercicios de 25 minutos por si no puedes salir de casa o no tienes tiempo, con la estabilidad emocional, la estabilidad espiritual”.
“Toda esta necesidad de queriéndonos mejorar todo el tiempo, fue como un disparador de esta historia de decir, debemos de descolocar todo esto y ponerlo en un ámbito que no sea su medio natural y fue como surge esta cosa del menonita que reniega de su destino, simplemente no quiere vender quesos y prefiere meditar e ir a la India, pero antes de este viaje tiene que pasar por Ciudad Juárez y en búsqueda de esta trascendencia llega a una de las fronteras más terribles y termina por ser tragado por ella”.
Es tu territorio, la frontera norte donde al leerte tenemos la seguridad de que son relatos bien colocados, con una carga de humor muy negro.
“Este relato surge también porque empecé a ir mucho a Ciudad Juárez a partir del 98-99 y siempre supe que en esta ciudad había muchas historias, pero tenía que encontrar esta y finalmente la encontré. Y sí con un humor muy ojete” (jajaja).

“Aunque debo de aclarar algo. No me gusta el terror, ni el gore, he visto algo de repente, pero nunca como consumidor ávido, pero por una razón que no entiendo, tengo una fijación con las mutilaciones, desde La marrana negra está esa mutilación del miembro masculino como metáfora, en este hay otra metáfora en donde uno de mis personajes se mocha un oreja, lo que trato un poco de decir en mis cuentos es que está esta obsesión de que la gente todo el tiempo se quiere estar mejorando, ya te haces la liposucción, la rinoplastia, no se diga el tema de agrandar el busto, los labios, porque nos sentimos seres incompletos y todo el tiempo queremos estarnos modificando”.
Pero en el caso de los personajes de Carlos Velázquez los personajes tienen que quitarse algo para completarse, no es ponerse sino al contrario, como en el relato de El código del payaso, que se ve obligado a arrancarse una oreja y de pronto recupera la audición.
“Lo que la historia sugiere es que es un tipo que para superar el trauma de que su hermano lo haya traicionado con su esposa, se tenía que despojar de algo de un miembro de su cuerpo, esto está muy loco. Escribir relatos es un asunto muy maniático” (jajaja).
Esto del humor negro, del sarcasmo que se disfruta en tus relatos parece ser uno de tus sellos.
“No es una cosa muy deliberada el que surja ese humor negro del que refieres, pero todo lo que está aquí siempre empieza en mi mente, tardo mucho tiempo en vaciar ese contenido, todo el tiempo estoy elucubrando, elucubrando, elucubrando y cuando empiezo a vaciar todo siempre hay ahí como una segunda vida de lo que ocurre en la mente, cuando van llegando a la página también surgen varias ideas que estaban como presentidas no establecidas, pero como que ahí es donde piden llegar a la página. Me parece muy importante todo este grado de maduración que llevo en mi cabeza antes de vaciarla”.
“Cuando estoy con una cosa cotidiana, alguna reunión de trabajo, con algunas amistades me ven un poco abstraído, pareciera que estoy ahí, pero en realidad ando dándole vueltas al relato, es lo que me nutre, es a lo que me dedico y es algo que me jala”.
¿Cómo te llegan estos relatos?, dices que en Ciudad Juárez había una historia, bueno muchas, pero esa en especial que era tuya y por fin la encontraste.
“Hay una cosa que no sabría decirte dónde o cómo, pero cuando terminé El menonita zen, empecé a esbozar tres relatos nuevos, las historias me empiezan a llegar. Simple y sencillamente abro los ojos veo alrededor y veo cuentos, relatos, historias y siguen llegando, esto lo quiero aprovechar para poderlas llevar a las páginas porque no sabemos cuándo se va acabar esto que veo, por lo pronto lo aprovecho”.
Eres de los que les permites a tus personajes ir por donde van queriendo o prefieres mantener el control.

“En mis cuentos está todo muy calculado, la gran ventaja de esto es que uno puede hacer con los personajes lo que uno quiera, pero en ocasiones y es como una especie de clarividencia los mismos personajes me van llevando. A mí me gusta tener todo el control, que todas las partes del relato funcionen y que estén trabajando en distintos planos, pero de repente hay algunos personajes que te van dando pistas de hacia dónde tenemos que ir, esto no es como que cobren vida, pero una vez que se establecen las leyes del relato uno no puede hacer más que seguir estas mismas leyes”.
En este más reciente de tus libros con cuál de tus personajes te divertiste más.
“El que me parece el mejor es el Menonita, pero con quien me divertí mucho fue con la fitness monta cerdos. Es una chica que trabaja en un gimnasio, es la imagen pública de este lugar, odia las grasas trans, odia todo lo que engorde, el alcohol, odia las panzas, odia la comida rica, pero cuando está peda le da por tener sexo con gordos mórbidos y es muy divertido, es un relato de 60 páginas, un relato gordo” (jejeje).
Al menonita y a la chica fitness los acompañan también un hombre que se convierte en payaso después de que su hermano le arrebata a su esposa; un encuentro entre pobladores de unas rancherías con grupos de la maña y algunos alienígenas chupa vacas. Todo un cóctel de situaciones extravagantes con las que el autor nos deslumbrará, con personajes inolvidables, una prosa atrevida y espumeante humor negro. Con su habilidad narrativa, Carlos Velázquez nos demuestra una vez más por qué el cuento es un género mayor.
Finalmente, se le expone la siguiente situación, está en los pasillos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y al dirigirse a una presentación, cae un libro de él aparece algún personaje de una novela, cuento o histórico.
Con quién le gustaría tener este encuentro y qué sería de esta oportunidad, sin titubeo alguno responde.
“Sería con Ignatius J. Reilly, personaje principal de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, me quería comer un hot dog con él. No habría pregunta alguna estoy seguro porque es un personaje muy iconoclasta y estoy seguro que no me hablaría, tal vez hasta me detestaría, pero le seguiría los pasos, este sería el cotorreo vamos a chingarnos un hot dog.
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