En el transitar del centro de Guadalajara se encuentra un humilde puesto hecho de cartón, simple, con un anuncio hecho a mano, en él se ve a un hombre de edad avanzada, sentado, en silencio, mirando a las personas pasar, a la espera de que algún interesado en su humilde anuncio se acerque a preguntar por el interés.
Entre cucharas pintadas con paisajes, placas de automóvil personalizadas, estatuas humanas y música en vivo está Raymundo, un comerciante sencillo con un producto particular, tal y como lo avisa su anuncio «sus nombres y dibujos en un granito de arroz».
Raymundo es un comerciante de «recuerdos de Guadalajara» muy particular, a un costado del Teatro Degollado se hace lo que parece ser magia, con detalle, en el pequeño espacio de un grano de arroz pone tu nombre, y la imagen que desees, lo increíble es que solo cuenta con un rotulador y un sorprendente pulso.
Ya hace 23 años que me dedico a esto, a poner nombres en el arroz, entre el centro y la Tivera de Chapala e ambulado, dice Raymundo en un tono cansado, casi soñoliento.
Cuando el comercio de la joyería, al cual él se dedicaba, decayó tras la subida de precios del metal, lo que hizo insostenible su taller, fue cuando cambio su materia prima de las minas a los campos, su técnica se la debe a los grabados en esclavas y a niños, hechos a mano en sus día de juventud, artesanal, joyería casi extinta hoy en día.
Raymundo, un hombre de pocas palabras solo espera trabajar para sobrevivir un día más, «los tiempos son complicados, siempre lo han sido» dice él con seriedad, sin mirar más que sus herramientas de trabajo.
Sin lugar a dudas es un bello detalle, el arroz lo encapsula y lo hace un colguije, económico pero con mucho valor e historia atrás del mismo.