El Sonido del Silencio

En unos pocos -muy pocos- de estos lugares destinados a los nostálgicos del vinilo, es posible todavía encontrar este llamado El Sonido del Silencio.

Presentado, como tantos otros, en una carpeta de cartón, muestra una imagen completamente blanca, salvo por las letras del título, y las cinco líneas paralelas de un pentagrama. En el extremo izquierdo, en la cuarta línea contando hacia arriba, aparece dibujada una clave de fa.

Nada más.

Alguno de los habituales clientes del lugar encontrará el disco y, movido por la curiosidad, pagará el importe exigido antes de volver a casa.

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Lo acomodará en ese antiguo tocadiscos, hará que la aguja descienda sobre el disco que comenzará a girar, y no escuchará nada.

Nada.

Pasado el estupor inicial, el comprador verificará que sus sospechas son reales. No se oye nada.

No se escuchan los habituales ruidos del departamento de arriba, de la regadera que sigue sin ser reparada en el baño, no existe el bullicio en la calle vecina. Nada.

Extrañadísimo por el acontecimiento, dará la vuelta al disco esperando un resultado diferente en el lado opuesto, pero para su extrañeza encontrará que todo sigue igual.

Ya un poco cansado, cambiará el disco por el LP de Thelonius Monk que había escuchado antes, y la sala completa se llenará de «Round Midnight» otra vez.

El desconcierto dará paso a la desagradable sensación de haber sido robado, pero en un instante comprenderá que no es así. En ningún momento se le ofreció nada distinto.

Alguien, de algún modo, logró hacer que el silencio de todo el mundo entrara en una grabación estereofónica. Y entonces las cosas cobrarán un sentido que no por estúpido deja de ser irrefutable. Los minimalistas lo buscaban desde hace tanto.

Y entonces será (quizá) que decida conservarlo. Y usarlo para su propia y libre relajación.

Pero deberá tener cuidado.

La nada es habitada por los demonios y entrar en el absoluto silencio lo pondrá una y otra vez en el contacto más desnudo y sincero consigo mismo.

Como quien se ve en el infinitamente pulido espejo de sus pecados, quien posea el disco deambulará por los salones al alcance de su aparato. Dudando cada vez más de lo que ve y de lo que siente. Siendo invadido por una angustia producida justamente por eso que algún día lo llevó a los cielos.

Y quizá comprenda (aunque no necesariamente a tiempo) que ha comprado el pase a su locura.

Rodrigo Álvarez

Del Taller: Al Gravitar Rotando

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