Yo sé lo que es, ya lo sé y me concentro

Por Ana Lucía García.

No es fácil tomar la ruta 24 a las seis de la tarde. Muchos lo saben, pero los ansiosos, claustrofóbicos y otros fóbicos lo sabemos aún mejor; yo, por ejemplo, tengo muchas fobias; entre ellas a los malos olores, a los espacios con mucha gente, a las altas velocidades, a morir aplastada. Para tomar la ruta 24 hay que mentalizarse, pensarlo unas horas, tal vez una noche antes.

Esta tarde no tuve tiempo de pensarlo, apenas hace unos momentos planeé verme con viejos amigos en un bar y esa ruta era la más acertada. Desde que subo la situación comienza a predecir mi destino, ni siquiera hay espacio disponible, la multitud me arrastra a un pequeño rincón justo detrás del chofer donde mi vista hacia adelante se compone de algunos tubos, algunas manos sosteniéndose, la cabellera del chofer y algo del camino. A mi derecha un hombre malhumorado agarrado del tubo superior, si volteo un poco más a mi derecha, una señora que se ve que ya tiene todos los años disponibles, mantiene el equilibrio en cuanto tubo alcanza, mientras un hombre busca un asiento para ella. A mi izquierda apenas un huequito que da hacia la ventana por donde alcanzo a ver algunos edificios y me concentro en ellos para no perder el punto de bajada. Me he intentado concentrar en lo que les contaré a mis viejos amigos, tengo tiempo de no verlos y más valdría deslumbrarlos con mi exitosa vida, pero los ruidos que el camión hace en cada curva me desconcentran; no hay que ser expertos para saber que los amortiguadores fallan y se escucha el esfuerzo que hacen las llantas por soportar tremenda carga.

camionesLes contaré de mis últimos viajes, de las clases que tomo después del trabajo, del exceso de tiempo libre con el que cuento, de todos los nuevos cafés que he visitado, de mis planes de mudarme de casa. Y entonces otra curva más rompe con mis historias -les contaré de mi nueva mascota, de que me estoy poniendo en forma, de mi nuevo grupo de amigos, todos unos intelectuales- y otra vuelta en la glorieta Minerva, apenas alcanzo a verla por ese pequeño resquicio, qué hermosa es, ¿como se vería en sus primeros años? Hace tiempo tuve la urgencia de buscar a su autor: Joaquín Arias, intento recordar todo lo que leí sobre él, pero no puedo. Se escucha un fuerte estallido, y yo sé lo que es, ya lo sé y me concentro en ese enorme y hermoso monumento que he visto desde pequeña, que para mí ha estado ahí desde siempre, un recuerdo viene a mi mente y lo tomo como preámbulo: yo a los seis años jugando con mi hermana en la parte de atrás del carro, mientras pasábamos por aquí. Escucho gritos pero yo no dejo de ver a la Minerva, sé que mi cuerpo está haciendo fuerza por mantener el equilibro pero por alguna razón no siento el esfuerzo, entiendo que es el momento de hacer conciencia sobre mi vida: amar y perdonar a cualquiera que se haya cruzado en mi camino pero, ¿esto es todo?, ¿no llegaré al bar a contar mi nueva y exitosa vida?, ¿realmente es exitosa? No tendré hijos, no escribiré un libro o plantaré un árbol, no tendré una ultima cita. ¿Qué estaba yo haciendo realmente a la hora de morir?

Del Taller Al Gravitar Rotando

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