Cuando un vecino tiene que irse
Por Víctor Manuel López, Sociólogo.-

Hoy una luz se apagó, junto con ello también se apagan risas, gritos y algunos llantos, pienso que es una más o una menos. Cómo quisiera retroceder el tiempo hasta llegar cuando todas las viviendas del barrio estaban habitadas, cuando las risas de los convivios familiares rebasaban las paredes y se escuchaban en casi todo el edificio, se sentía un calor de hogar, de pertenencia, y en el ambiente había mucha esperanza por una nueva vida a desarrollar en cada una de estas casas.
Desafortunadamente, el tiempo no se puede retener, menos regresar al pasado, nada más nos queda el recuerdo, ese recuerdo que para el día de hoy es historia, no para los libros de texto sino que tal vez importe para quienes nos quedamos.
Hoy hay otra casa deshabitada, se siente un vacío unido a una sensación de soledad, el brillo de antaño ya no existe, cada uno de los departamentos que van siendo abandonados nos transmiten añoranza, conocemos sus vidas y sabemos los motivos que los llevaron a la mudanza, pese a todo eso nos dejan un dolor y una pintura de tristeza por su ausencia.
Cuando un vecino, vecina se va, es difícil que alguien ocupe su lugar, han pasado tantos años que ya nos consideramos familia, reconocemos sus risas, sus gritos, llantos, carcajadas y pese a que sabemos que ya no andarán por estos lugares, permanece su presencia pues queda flotando en todo el barrio cada momento de su estancia por estas calles.
Esta ausencia que se siente se debe mucho a que ya no existe el grito de ¡buenos días! Que se escuchaba desde estos departamentos que por lo general tenían la puerta abierta, no había nada que ocultar, así la confianza entre cada uno de los vecinos, nos conocemos muy bien, sabemos de la ilusión con la que llegaron a este lugar y del esfuerzo y muchos sacrificios que se tuvieron que hacer para comprar estas tal vez pequeñas viviendas, pero que se convirtieron en muy poco tiempo en un buen hogar para todos, hoy no sabemos a dónde se fueron esas sonrisas, hoy cada uno de estos lugares nos deja con un gran vacío, más grande que el de sus habitaciones acumulando solo polvo.


Recorro las calles del barrio y cada vez es más frío, menos sonrisas, menos niños, niñas, y sí cada día más departamentos vacios, menos vecinos que te den los buenos días, que te saluden de banqueta a banqueta, el caminar por el mismo lugar se siempre te deja un sentimiento de ser un inquilino nuevo, un vecino extraño, incluso un intruso, ya no alcanzas a reconocer los movimientos de tu propia calle.
Estas ausencias también se sienten cuando al regresar de nuestras actividades diarias, de la parada del transporte público al hogar, te das cuenta que falta la luz de cada una de estas viviendas, ya nadie se preocupa por encender la luz del exterior de sus casas para que los jóvenes se sientan a platicar, para que los niños tuvieran un poco más de tiempo para jugar en la calle, hoy por las noches ya no alcanza la luz de esos pocos departamentos habitados, ni el brillo de la luna llega al barrio mal alumbrado, cada vez que se va un vecino, vecina una luz que se apaga con su partida.
Nos nostálgicos podemos seguir escuchando estas risas y esos pasos que como cacofonías permanecen dentro de nuestros recuerdos y transforman todos estos departamentos en lugares de fantasmas. El viendo que entra y sale de estas habitaciones se convierte en un portavoz que hace recordar infinidad de historias que se vivieron dentro y fuera de tanta casa ahora abandonada.
Siempre hemos pensado que pronto el bario va a mejorar, pero al despertar ves la realidad que entristece pues no solo no mejora o permanece sino que se va desmoronando lentamente como si de una enfermedad terminal se tratara. Muchos han encontrado como única cura la mudanza a otro lugar, tener la oportunidad de iniciar un nuevo proyecto de vida en un lugar diferente, tal vez con mejor servicio de transporte público, con la posibilidad de tener escuelas en las cercanías, servicios de salud, mejor servicio de agua potable.
También tratan de poner tierra de por medio a tanta tristeza o tanta pobreza, a tanta violencia, pues cada uno de estas casas abandonadas al tiempo se convierten en cuevas para la delincuencia, para el saqueo y ni a quién reclamarle ni a quién acudir. ¿La policía? Nunca llega así que estamos solos.
Los entiendo, se van para buscar una mejor calidad de vida, para alejarse también de tantos recuerdos violentos, para dejar de sentirse abandonados por un sistema político que ni los ve ni los oye y solo los discriminación por vivir en un barrio tan alejado de todo y de todos.
Solo queda desearles a todas estas familias encuentren en este nuevo lugar un inicio maravilloso que encuentren al menos mejores servicios públicos y que hayan encontrado lo mejor para el desarrollo de su familia. Aquí los recordaremos con mucho cariño.
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