Del último cigarrillo
Por Alejandra Etchegaray.-

Veinte pupitres, dieciséis chamacos de Primaria, una maestra y un leve aroma en el salón. Repasemos el abecedario, dijo mi tutora. Rápidamente los diestros dibujaron una A en el aire. Ahora los otros. Y nosotros, los zurdos, continuamos con la letra B.
Así escribimos en el aire de la A la Z, pasando de diestros a siniestros. Los siniestros éramos pocos, por lo que coordinábamos mejor. La maestra dio su siguiente indicación: “saquen los cuadernos”. Abrí mi mochila y el ambiente se tensó.
-Ale, ¿tu familia fuma?
-¡Sí!, dije orgullosa, mi mamá una cajetilla y mi papá dos.
Mis compañeros no entendieron, pero mi maestra me juzgó. Me dijo que me alejara un poco de ellos cuando fumaran porque me podía dañar. Yo le dije que no, que fumar era como comer: mínimo tres veces al día.
Pero cuando crecí, mi madre lo dejó y mi padre murió… ¿y yo? Yo fumo cada aniversario del último cigarrillo de mi papá.
Del Taller Al Gravitar Rotando