Ada Erika Figueroa.- Qué bueno que todavía se estila sacar libros en préstamo de las bibliotecas. Esa sigue siendo la forma más segura hacer circular un libro de mano en mano y prestar con la promesa de regreso.
A mí me gustan esos lectores. Esos que ahora podríamos llamar “lectores chapados a la antigua”. Esos que gozan del placer de largos recorridos por la estantería de una biblioteca sin consultar catálogos; los que tocan las pastas duras a su paso, los que acarician los lomos mientras leen los títulos; los que, seguramente, cuando pueden elegir entre una edición bella y una de bolsillo, apuestan y pagan por la belleza aunque esto ponga en riesgo su economía.
Me gustan los lectores que aprecian las librerías de viejo, los que respetan a sus abuelos por atesorar ejemplares de los clásicos, enciclopedias y colecciones raras, lo mismo que recortes de periódico, fotografías de bellas mujeres, y revistas que relatan crímenes espeluznantes.
Este tipo de lectores normalmente desarrollan el sentido del olfato. Disfrutan la mezcla de aromas: papeles de diferentes gramajes y tonos ocre, madera apolillada, polvo de varias décadas y un suave olor parecido a la canela o a moleskine viejísimo donde se escribían poemas.
Me gustan los lectores que marcan con lápiz los párrafos que los asombran, los que anotan al margen signos de interrogación y oraciones completas; los que escriben dedicatorias, los que doblan la punta de la página esperando volver a ella y adivinar luego de años el motivo del doblez. Esos me gustan de manera especial, sobre todo los que marcan los libros que sacan de las bibliotecas, porque siempre habrá alguien que se pregunte qué es lo que encontró ese lector desconocido que dobló la página y nos subrayó ninguna línea. Allí hay un misterio.
Otros que son escasos y generosos, son los lectores capaces de regalar los libros con los que crecieron. Esos me parecen formidables porque, además, algunos de ellos pueden recordar líneas completas de esos libros, aunque no siempre los finales; entonces cuando los regalan, les vienen ataques de nostalgia y los vuelven a comprar.
También están los que leen de una sola “sentada” un libro completo y los que regalan más de una vez el mismo libro a la misma persona.
Ahora que los formatos electrónicos y las consultas en línea ocupan buena parte de nuestro tiempo de lectura, vale la pena recordar a estos personajes que son casi una especie en extinción. Muchos de ellos aún salen de casa con la seguridad de traer la credencial de la biblioteca en la cartera, cosa que les provoca una silenciosa felicidad.